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ISSN 1989-4163

NUMERO 128 - DICIEMBRE 2021

 

Ya Eras el Amor de mi Vida

Javier Neila

Ya eras el amor de mi vida antes de conocerte.
Porque estabas en el aire y en el trueno. Y eso yo ya lo sabía.

Te había sentido sin verte, al amanecer, cuando el olor de la tierra empapada anticipaba tus caricias venideras, y el sol naciente hacía crujir las maderas húmedas de mi esperanza inquieta. Se me helaba entonces la cara con el rocío, y mis labios cortados por el aire gélido, buscaban consuelo en una boca inexistente.

Te veía en la furia desatada del mar, cuando sentía la sal en los labios en medio de la galerna; allí,  justo en las coordenadas donde se abrazan el miedo y la emoción. Y todo esto mucho antes de que viese aparecer tu silueta entre las brumas del bosque, y empezaran a entretejerse nuestros futuros, en aparente desorden, mezclándose mis sentidos y tus sentimientos, tu seso y mi desatino.

También te oía en las ingratas noches de invierno, cuando la tormenta se acercaba, bramando salvaje como una bestia herida de muerte, y soñaba despierto entonces contigo, imaginando  tu cara y tu sonrisa, tu mirada y tus caderas, como lo haría un niño abstraído que juega en la arena, dibujándote en mi mente con los trazos caprichosos que los relámpagos, atolondrados y soberbios, trazaban sobre un cielo preñado de nubes negras.

Te intuí desde luego en el humo denso del incienso, que busca seducir al aire para parir fantasmas, y  que baila en cada requiebro atrapándome con sus brazos etéreos, otorgándome la atmósfera soporífera e idónea para poder perderme y encontrarte. Y habría dado igual la cala en la que me hubiese varado la marea. Ya sabía que serías el ungüento que curaría mis heridas, el lenitivo que cicatrizaría mi espíritu, el bálsamo de Fierabrás que repararía los rotos de esta frágil e inútil armadura.

Y también te vi en cada uno de mis fracasos y en cada batalla perdida de antemano, y en todas aquellas lagrimas perdidas que ni el mar supo apreciar. Y en aquellos momentos terribles en los que superé el punto de no retorno para huir hacia adelante, buscando morir solo y de pié. Porque hasta entonces sentí el susurro de tu aliento secar el sudor de mi cuello, diciéndome palabras de cordura en el oído, mientras tus brazos invisibles me aguantaban para no caer; y eso que aún no existías.

Y pensé ya entonces en cómo sería nuestra casa, cómo crecerían nuestros hijos y cómo discurriría nuestra vida hasta llegar a nuestra muerte cierta; y todo lo imaginé bueno, feliz y sereno. Y con retos y desafíos, y con esa calma que te da el no tener miedo a volar, pues la vida es aire y está en el aire.
Y me gustó todo lo que vi. Porque ya supe entonces que traerías magia a un mundo demasiado predecible, ternura a tanta impiedad y corazón a tanto egoísmo y a tanta miseria. E imaginándote descubrí que las cosas buenas no aparecen, sino que se buscan; y eso aunque te lleve toda la vida el empeño, y el sueño ya no te deje dormir nunca más. Pues, cariño mío, al final pagaremos el precio de la vida -da igual como la gastemos- con una única moneda que es la muerte.  

Ya eras el amor de mi vida antes de conocerte.
Porque estabas en el fuego y en la lluvia. Y eso yo ya lo sabía.

 

A Pilar.

 

 

 


 

 

Ya eras el amor de mi vida

 

 

 

 
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